Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse.

Hagan brillar su luz delante de todos, para que ellos puedan ver las buenas obras de ustedes y alaben al Padre que está en el cielo. - Mateo 5:14, 16-

15 de abril de 2020

Me quedo con lo vivido.

Mi primera experiencia en un avión fue a los 20. Ya estaba "vieja" y le pedí a Dios, que me ayudara a poder hacerlo al menos 1 vez por año. Y pues, ¡boom! Dios tiene una habilidad de sorprenderme inigualable; desde entonces no he parado de viajar.

He tenido viajes espectaculares, llenos de aventura, incomodidades, lujos, climas de todo tipo, compañía invaluable. He conocido grandes ciudades y pueblitos remotos, he estado en 20 paises distintos a la tierra del "pura vida" donde nací.

Algunas personas me han considerado "necia", pero no, soy preserverante. Sobretodo cuando se trata de un regalo de Dios para mí. En el 2019, Dios me permitió hacer una de mis cosas favoritas 3 veces.

Viajé a lugares totalmente nuevos, desconocidos y tambien repetí una playa para construir nuevos recuerdos al lado de los míos. Mis compañeros en esos 3 viajes fueron mi "hogar" {home away from home}.

Los 3 viajes tuvieron cosas en común: soñé al planearlos, me obligué a reinventar muchas cosas en mi vida (como mis finanzas y mis horas de trabajo) para lograr hacerlos, me subí a cada avión convencida del amor de Dios y me bajé distinta: más humana y con nuevas fuerzas, los compartí con personas maravillosas que amo y honro profundamente.

En el quinto mes del año, emprendí un viaje lleno de fe e ilusión. Y aunque mi regreso estaba calendarizado en menos de un mes, me despidieron con una cena llena de detalles y Dios ungió mis pies, corazón y manos con aceite. Canté en mi corazón Sus promesas y creo que nunca había estado tan segura que las alas de los aviones son solo extensiones de la Gracia de Dios.

Durante una escala de 5 horas, corrí al Palacio de Cristal y ví de lejos la Puerta de Alcalá. Y al momento de salir por la puerta de mi vuelo final, me recibió un abrazo, señal que ya estaba en la casa que Dios tenía para mí por un tiempo.

Visité museos donde aprendí sobre el sacrificio de mantenerse en casa para estar a salvo (Anna Frank en Ámsterdam); museos donde reinventarse era necesario en una época específica (Rembrandt); estuve en parques respirando - literalmente, sólo respirando - por horas.

Comí waffles con chocolate y fresas; conocí castillos escondidos, brindé por el regalo de estar presente con un rosé frente a una fuente en Brujas.

Me regalaron premios por tirar "flechas" en una feria y escuché música en vivo de mi adolescencia.

Me trenzaron el pelo en un tren. Abracé sabiéndome presente y me comí el mejor pastrami de la historia (aunque ahora que lo pienso, se trataba más del momento que del manjar). Recorrí la ciudad en un bote, volé en una hamaca gigante, conocí molinos de vientos y me puse suecos de madera. Comí queso, volví a comer queso. Sentí compasión por las mujeres en vitrinas. Extrañé a mi familia y me entrené en videollamadas.

Meses después, con mi persona favorita, fuimos a un viaje soñado. Fue nuestro primer viaje juntas siendo hermanas en la fe y estoy convencida que esta es la razón que lo volvió inolvidable.

Conocí lugares que aún no puedo pronunciar en Islandia e Islas Faroe, ni siquiera había notado que existían el mapa. Sostuve trozos de glaciar en mis manos, nadé en medio de dos continentes dentro de agua congelada. Manejé por horas eternas pero llenas de diversión con un playlist atípico como soundtrack. Ví más cataratas en el camino de las que podíamos imaginar, arcoiris por doquier y recordé las promesas de Dios una vez más. Nos perdimos caminando y encontramos ovejas en el camino. Comimos ramen y cocinamos en casas ajenas. Vimos caballos como de película y jugamos en medio de casitas con techos verdes. Vimos montañas de duendes dormidos. Luchamos contra la oscuridad para conocer las auroras boreales y ganamos.

Tomamos té como la reina, subí al London Eye y en medio de la lluvia le hice miles de preguntas a Dios. Conocí la Catedral de San Pablo y compré souvenirs en el Barrio Chino. Empaqué bolsitas de té para las mujeres que admiro en mi maleta y emprendimos el camino a nuestra última parada.

Llegamos a la Ciudad del Amor que tanto me gusta por las memorias del 2013. Dios nos recordó que Él tenía el control y cuidado de cada detalle y nos regaló unas noches de descanso con vista a la famosa Torre. Regresé a mi infancia en medio de princesas y juegos de pólvora en el castillo de la Bella Durmiente.También recorrí Palacios Reales y caminé por jardines y el cuarto de los espejos.

Pero volver fue parte de ese regalo. Volver siempre es parte del regalo. Volvimos y nos esperaba una mesa servida con los antojos del mes. Esta vez, el abrazo que me recibió tenía brazos más pequeños pero un corazón más puro. Había llegado a casa y tenía en el mismo huso horario a mis personas.

Como si fuera poco, el 2019 nos permitió ver a mi mamá celebrar con 60 candelas en uno de sus/mis países favoritos. De esos que uno repite y pierde la cuenta. Tuvimos días de lluvia en medio de cenotes, tardes soleadas frente al mar turquesa. Comimos con marichis cantando de fondo. Vi el mundo a través del asombro en los ojos de mi Mateo. Celebramos la alegría de estar juntos y la esperanza que traería una nueva miembro a la familia un par de meses después. Ellos 5, sin saberlo, fueron el hogar que necesité ese último mes del año.

¿Alguna vez han sentido que han amado mucho en vano? Déjenme decirles algo, senti lo mismo pero ahora me doy cuenta que estaba equivocada. Nunca amamos demasiado en vano. Amar es el propósito real de todo.

¿Alguna vez han sentido que han viajado demasiado? Déjenme decirles algo, no he sentido eso y tengo la certeza de no estar equivocada.

Aproveché cada minuto en esos viajes. Di saltos de fe y mi corazón se sintió agradecido. Lloré por incertidumbre. Lloré de felicidad. Lloré porque no podía creer que estaba ahí pero, ¿adivinen qué? Ahí estuve. Y ahora estamos aquí, en casa. Y también he llorado por las mismas e incluso más razones pero mi corazón aún se siente agradecido y estoy aprendiendo a reconocer lo simple y cotidiano, sin necesidad de las grandes ciudades y los vuelos de 10 horas.

No voy a mentir, extraño cada mapa y veo desde lejos las luces del aeropuerto esperando poder hacerlo de nuevo. Escribí esto para que recordar lo vivido, lo amado, lo conocido, lo sufrido pero sobretodo la fidelidad de Dios en cada paso. Definitivamente, me quedo con lo vivido.



PD. Este es mi recorrido #wanderink2019, para que no se me olvide que todo pasa; lo bueno, lo no tan bueno pero el amor de Dios permanece. 
No se confundan, volveremos a viajar.