Hoy es 25 de octubre 2018. Es jueves, y es uno de mis días favoritos
del año.
Hoy, en mi calendario, se cumplen 30 hojas que arrancamos de octubre.
Los famosos 30. Mis 30 un 25.
Treinta años de ver la
mano de Dios y Su fidelidad sin sentido a mi alrededor.
Los temidos 30 para algunas de mis amigas, pero sin duda los más
esperados para mí.
Crezco en medio de una generación que afirma: “los 30 son los nuevos 20”. Delibero por un momento con “la Glori de 20” y me pregunto: ¿Qué? ¿Cómo?
No, que
por favor no vuelvan los 20.
A mis 20 apenas empezaba a tomar el lugar que me corresponde como
hija de un Dios Vivo y Amoroso.
Esta última década me ha dejado muchísimos momentos inolvidables, tanto dolorosos como llenos de alegría. Pero todos, sin excepción, me han enseñado y formado en una mujer lista para decirle “¡Hola, bienvenida!” a una nueva década.
A mis 20 no conocía ningún país fuera de Costa Rica. Y si hay algo
que me gusta y agradezco hacer, es viajar. Más de 16 países. No, definitivamente me quedo
con mi pasaporte de los 30.
Hace 10 años estaba a mitad de una carrera (que me encanta) pero que
nunca ejercí. No me lamento por ello, eso me llevó a ser una empresaria
emprendedora a mis 26 y a cumplir con Colosenses 3:23 sin importar el nombre de
la oficina. Tuve 4 trabajos distintos y finalmente entendí que la paz es la
mejor paga.
Aún pensaba que estar rodeada de personas era sinónimo de ser
“amada”, cuando realmente los incondicionales no siempre están cerca, pero sí
presentes.
No había entendido lo fuerte e inagotable que es el amor que le cabe
a mi mamá en el pecho (aún me cuesta
entenderlo).
No había entendido que el amor supera distancias de cualquier tipo y
que la decisión de mantenerse unido a alguien va mucho más allá de un post en
redes sociales (al inicio de mis 20 apenas y recién empezaban a inventarse, por
cierto).
Vivía sin experimentar la importancia de obedecer la Voluntad de
Dios. Me hubiera evitado tantas malas decisiones, pero hoy no podría tener la
convicción clara de lo que quiero para el resto de mi vida.
A mis 20, hice mi primer viaje fuera de la tierra que me vio nacer.
¡Qué momento! Todavía recuerdo las mariposas en la panza (no del primer amor), del primer avión. Me faltaban conciertos,
libros, comidas, fotos. Me faltan más.
Un par de años luego, vi a mi abuelita en camas de hospital. Vi como
mi hermana y yo nos convertíamos en una balanza. Vi a mi familia confundida y
unida; más unida que confundida. Vi a Dios levantarla y 9 años después, sigue
aquí, mostrándonos la sensibilidad más profunda de cada uno de nosotros. Esta
década me dio el privilegio de ver a mi abuelito envejecer y convertirse de vuelta
en un niño que requiere cuidados, tantos como la sabiduría de sus arrugas.
A mediados de mis 20, crucé el océano para irme a perseguir un sueño:
convertirme en escritora. (Sí, escribí una novela. Espero publicarla en mis 30s). Estuve
lejos 2 meses y me recibieron con girasoles y un beso en el aeropuerto.
Me enamoré. Me invitaton a Theos, me quedé por ya casi 10 años. Nadé en cataratas. Conocí la nieve y probé el mejor “vin
chaud”. Escuché la ópera de Viena, vi el ballet de Praga, comí carne de
alpaca, subí la montaña más alta de Macchu Picchu, me tomé un mojito en La
Habana, bailé por Las Ramblas porque el corazón se sentía en casa, me emborraché con sangría en la Barceloneta, canté
karaoke, bailé con OV7 en El Arena de CDMX, admiré con pasión a Frida. Releí el
Principito y confirmé que es mi libro favorito. Empecé a leer La Biblia en
forma constante y consciente. Subí miles de gradas en El Vaticano y ví al Papa Francisco en
persona, me dejé impresionar por las montañas de Suiza, también por las de Talamanca. Más recientemente, me
volví fan de LuisMi y le escribí una carta a Dios en Monserrate. Me hospedé en un teepee. Entrené para correr, paré, volví a correr. Renové mis votos con Jesús en una piscina. Compré “regalos
proféticos” para entregar en esta nueva década.
Alquilé mi primer apartamento y lo decoré al mejor estilo de pinterest. Escuché un podcast sobre "flamingos". Obtuve mi licencia. Enterré a mi primer perro Luquita, adopté a Bruno. Me renovaron la visa americana. Seguí siendo lectora aficionada. Ví a la Sele en dos mundiales distintos. Me corté el pelo. Hice mi propia tradición de escribir un blogpost en mis cumpleaños. Seguí siendo yo.
Me prometí volver a ciudades, a recuerdos. Volví y nacieron nuevas
memorias. De nuevo, repito esta promesa para el 2019.
Despedí a amigos en el aeropuerto. Nos reencontramos en un abrazo.
Los volví a despedir sin una fecha de regreso.
Se alejaron amigos, llegaron nuevos y se quedaron. Entendí que la
edad no significa nada cuando se trata de lealtad. Sentí de forma poderosa y
tangible a Jesús a través de los nuevos amigos. Construí nuevos puentes con
antiguos amigos.
Amé profundamente. Incondicionalmente. Me amaron profundamente. Intenté que renacieran sentimientos
y casi nunca funcionó, porque ya estábamos en proceso de evolución.
He conocido
más de cerca el amor y me he logrado despedir más eficazmente del enojo y el
dolor.
Como para Dios no hay límites, y Él es amor en sí mismo, me enseñó a
amar aún más a través de mis tías. A finales de mis 20´s perdí a
dos personas importantes. Personas que me enseñaron que el amor humano también
alcanza la eternidad.
Visité a "Julio" por primera vez a mis 29, para llevarlas como un
abrazo constante convertido luego en el jardín lleno de luz y color que
siempre fueron.
Sufrí profundamente. Por cosas que ahora no parecen relevantes y
otras, Dios las ha seguido sanando. Lloré. De tristeza y también de alegría.
Más de alegría, cuando empecé a madurar y a controlar los límites de mis
emociones.
Justo en esa época, conocí también más de cerca el milagro de la
vida. La pureza de Dios en los ojos azules de mi Titi, que han traído esperanza
y nuevas fuerzas como nunca antes. Nunca había experimentado tanta ternura. Ese
marzo 2016 (a mis 27) podría tomarse como mi momento preferido de la época (y
en serio, tuve muchos muy buenos).
No, no puedo resumir una
década (mucho menos 30 años) en solo unos párrafos. Que buena vida me han
regalado.
No, los 30 no son los
nuevos 20. Y eso, está bien. Evolucionamos.
Este año, mi persona favorita me regaló experiencias porque según
ella no necesito cosas, sino aventuras (y tiene razón). Lo que a veces se le
olvida, es que mi mayor aventura ha sido crecer con ella y conocer el mundo juntas,
desde mis ojos, a través de su risa constante.
A mis 20 tenía un plan totalmente distinto para mis 30. ¡Pero,
adivinen qué! Los planes de Dios han sido abismalmente mejores.
A mis 20 aún me faltaba muchísimo por descubrir con Dios, no tenía
la independencia ni seguridad que tengo ahora, no conocía realmente lo que era
confiar (aún sigo aprendiendo) en los procesos y tiempos de Dios. No entendía quién
soy en Él.
No puedo esperar a ver lo que Dios tiene a partir de hoy (ven, les
dije que seguía aprendiendo a confiar y esperar)
Hoy celebramos mi cumpleaños #30, hoy celebro con gratitud llegar a
la época más linda de mi vida de esta forma (¡hasta el momento!)